Por Ivan Gomez
El versículo “Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26) es uno de los más importantes y misteriosos de la Biblia. Este pasaje ha sido objeto de interpretación y reflexión en la tradición judía y en la cabalá, la tradición mística del judaísmo.
Este versículo indica que Dios creó al ser humano a imagen y semejanza de Él mismo. Es decir, el ser humano es un reflejo de la divinidad y tiene una chispa divina en su interior. Esta enseñanza se encuentra en otros pasajes bíblicos, como en el Salmo 82:6: “Yo dije: Ustedes son dioses, hijos del Altísimo todos ustedes”. También se encuentra en la enseñanza del rabino Akiva, quien dijo: “Amado es el ser humano, pues ha sido creado a imagen y semejanza de Dios” (Pirkei Avot 3:18).
Por otra parte, profundiza en la interpretación de este pasaje bíblico. Se enseña que la imagen y semejanza de Dios en el ser humano se refiere a su alma. El alma del ser humano es una chispa divina que proviene del mundo celestial y que ha sido enviada a este mundo para cumplir una misión. La misión del ser humano es hacer un trabajo espiritual en este mundo y elevar su alma de vuelta a su fuente divina.
La chispa divina en el ser humano está compuesta de diez sefirot, o atributos divinos. Estos atributos son Kéter (corona), Jojmá (sabiduría), Biná (comprensión), Jesed (amor), Guevurá (juicio), Tiféret (belleza), Nétzaj (victoria), Hod (gloria), Yesod (fundamento) y Maljut (realeza). Según la cabalá, el trabajo espiritual del ser humano consiste en armonizar y equilibrar estos atributos divinos en su alma.
El ser humano tiene la capacidad de conectarse con la divinidad a través de la meditación, la oración y el estudio de la Torá. La meditación y la oración permiten al ser humano elevar su alma y conectar con los mundos espirituales superiores, mientras que el estudio de la Torá permite al ser humano entender la voluntad divina y cumplirla.
El ser humano tiene libre albedrío para elegir entre el bien y el mal. Esta elección se relaciona con el equilibrio de los atributos divinos en el alma del ser humano. Si el ser humano elige el bien, armoniza y equilibra sus atributos divinos y eleva su alma hacia la divinidad. Si el ser humano elige el mal, desequilibra sus atributos divinos y aleja su alma de la divinidad.
Osea, el versículo “Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” indica que el ser humano es un reflejo de la divinidad y tiene
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